Se suponía que las vacaciones iban a impulsar mi carrera. No llevarme a los brazos de un surfista con mala actitud y peor reputación.
Tres semanas en el paraíso. Diez fotos para mi portafolio. Parece bastante fácil.
Bueno, no lo es.
La aerolínea perdió mi bolsa de la cámara, mi hotel es un basurero, oh, y ¿he mencionado que casi me ahogo? Los lugareños dicen que tengo suerte de estar viva. Y todo se lo debo al surfista tatuado con un ceño que hiela la sangre.
Olvídate de él. Tengo problemas mayores. Mis fotos son pésimas, no mejores que las de un turista con un smartphone. He perdido mi inspiración.
Espero que una estancia en la costa norte despierte mi arte. Para mi sorpresa, es el surfista gruñón quien despierta mi imaginación.
No quiero necesitarlo, pero lo necesito. Arriesgando mi orgullo, le pido ayuda.
Vi las señales de advertencia. Sabía que estaba enamorándome de él. Y podría haberme salvado del desengaño y la humillación. Todo lo que necesitaba hacer era decirme la única cosa que habría cambiado todo.
La verdad.
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