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Siempre me dijeron que las personas echaban raíces donde las plantaban.
Pero el mío se desarrolló entre los corazones de dos hermanos.
Desde que tengo memoria, fueron mis protectores, viviendo en el extremo opuesto de la mansión.
Fue al cumplir ocho años que me di cuenta de la verdad. Se suponía que los gemelos nunca me protegerían. Fue al revés, y yo crecería para ser quien mantuviera a nuestra familia a salvo.
Con el tiempo, se vieron obligados a observar cómo me destrozaban y me transformaban en el arma necesaria para liberarnos de la jaula en la que habían metido a nuestra familia.
Siempre di por sentado que los gemelos lo entendían.
Pero cuando crecí lo suficiente para aceptar mi destino, lo rechazaron e intentaron mostrarme una opción diferente.
Incluso con el corazón en la mano, intenté hacerles ver que no había otro camino.
Se fueron, abandonando a la familia y destruyendo las raíces que nos habían mantenido unidos.
Sin ellos, nos vimos obligados a aliarnos con un enemigo poderoso.
Pero cuando descubrieron lo cerca que me había vuelto de nuestro rival, los gemelos regresaron.
Supuse que era para reclamar mi corazón, pero era para declarar la guerra.
Estábamos en bandos opuestos, pero en algún punto intermedio estaba mi corazón roto, aún entre dos reyes perdidos.
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