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El diablo anhela mi alma. Lo llama como el olor de la sangre fresca.
No tengo miedo.
La noche del solsticio de verano, hago algo estúpido. Atraído por el fuego de la magia, me acerco a los dioses en su círculo sagrado. Soy solo un mortal, uno de tantos. No debería merecer su atención.
Pero detrás de las figuras reales de los dioses se cierne una sombra, amenazantes ojos amarillos que arden en su penumbra. Me pide que baile. Sus manos con garras rodean mi cintura, girándome al son de los cascos mientras su voz demoníaca susurra mentiras seductoras en mi oído. Por una noche, y solo una noche, dejo que me toque.
Cuando es de mañana y los dioses regresan a sus santuarios, él se queda. Su sombra sedienta de sangre me sigue, un manto oscuro que me oculta del sol y la luz de la esperanza. Por donde camino, las flores se marchitan y los niños enferman, tocados por su oscuridad sofocante.
Cuanto más lo ahuyento, más me envuelve en su poderosa presencia, sus garras atrapan mi cuerpo, su voluntad alcanza mi alma.
Me quita mi tribu y envenena mi vida, tratando de quebrarme para que acepte su trato. Pero el diablo se llevará una sorpresa.
Puede que le entregue mi cuerpo, pero nunca me romperé. Sin nada que perder, estoy lista para luchar.
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