Si la felicidad fuera un regalo,
Cameron Stanton sería mi Papá Noel.
No puedo decir con exactitud el momento en que me enamoré de él.
Sólo sé que ocurrió.
Con cada mirada, cada caricia, cada minuto... me robó un poco más de mí.
Dicen que todos los hombres son creados iguales.
Pues bien, eso es una mentira garrafal.
Lo sé porque conocí al regalo de Dios para las mujeres en Las Vegas.
Fingí que era mi esposo para librarme de otro hombre.
Él se tomó en serio nuestro falso matrimonio, y consumarlo se convirtió en su meta personal.
Me hablaba en francés y yo le mentía en alemán.
Su risa era adictiva.
Pensé que «lo que ocurre en Las Vegas se queda en Las Vegas».
Salvo que no fue así.
El Dr. Stanton apareció donde menos lo esperaba y mis mentiras volvieron para atormentarme.
La atracción es evidente.
Los secretos son inconfesables.
Lo necesito más que el aire.
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