Lord Kruth era un monstruo. Terrible, furioso, despiadado... y le pertenecía.
Una simple caminata por el bosque por un sendero claramente marcado. Bastante fácil. Pero me picó la
curiosidad y caí por un precipicio, aterrizando directamente en el centro de un ejercicio de entrenamiento militar que terminó cuando una extraña niebla invadió el claro.
Lo siguiente que sé es que yo y todo el grupo de soldados somos cautivos del Gran Lord de la Guerra Kruth en un planeta lejano. Robados para ser obligados a formar parte de su ejército y ayudarle a apoderarse de la galaxia. Alerta de spoiler: No soy un soldado. Eso se descubrió rápidamente cuando me obligaron a pasar una prueba para demostrar mi valía y la superé por pura suerte bajo la atenta mirada del ciertamente apuesto Gran Lord de la Guerra Kruth.
Lord Kruth gobierna con puño de hierro, imponiendo crueles castigos a quienes le desobedecen y comandando un ejército inimaginablemente vasto. Es aterrador, malvado, despiadado… con su torso cincelado y sus gruesos muslos, apenas contenidos bajo ese taparrabos cubierto de pieles que lleva. Ese ceño ardiente que se suaviza cuando sus ojos se posan en mí... Desgraciadamente (¿o tal vez afortunadamente?) me había cogido cariño y me mantenía a su lado.
Todo lo que podía hacer era esperar y seguir las órdenes de Lord Kruth obedientemente, o tan obedientemente como mi boca me lo permitiera. Con suerte, los soldados secuestrados conmigo elaborarían un plan de escape. Sin embargo, había un pequeño problema. Cuanto más tiempo pasaba con Lord Kruth, menos segura estaba de querer escapar.
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