Cuando mi marido Oliver murió, mi vida terminó. Mi propósito, mi pasión, mi todo se desangró con él en el lado de la autopista de la costa del Pacífico.
Ollie era un donante de órganos. Sus ojos, su cerebro, sus pulmones, su corazón... partes de mi Ollie salieron y salvaron vidas.
Entonces su corazón, que latía en el pecho de otro hombre, volvió a mí, y me encontré ante una elección imposible: aferrarme al dolor y a la belleza del pasado y al recuerdo del hombre que amaba, o alcanzar un nuevo y audaz futuro, sabiendo que cada latido será un recordatorio de todo lo que he perdido.
Se suponía que no iba a vivir más allá de los treinta años.
Mi abuelo murió a los cuarenta y cinco. Fallo cardíaco.
Mi padre murió a los treinta y ocho. Fallo cardíaco.
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