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No quiero tocarlo. En serio, de verdad que no. Es presumido, grosero y el dueño de mi paciente, lo cual lo deja completamente fuera de los límites. Sí, eso es. Él es el dueño de la salchicha que actualmente estoy cuidando. Un perro salchicha... saca tu sucia mente del camino. Además he trabajado con su Spoodle, su Cocker-shitzu y Cheagle. No preguntéis. Y no, no es una posición sexual. No ayuda que además represente a la mayoría de la pequeña clientela de mi copropiedad de práctica veterinaria. Acabábamos de abrir las puertas hace unos meses y él entró a zancadas con un Taco Terrier chillando. Con una mirada arrogante a nuestras nuevas instalaciones brillantes exigió un tratamiento real a pesar de que en ese momento yo estuviera toqueteando profundamente a un gato chillón.
Cada vez, desde entonces, él espera que yo le atienda. En cualquier momento. Todo el tiempo. Él y su zoológico rotativo de perros. Uno de estos días voy a golpearlo por ser un idiota pomposo, pero no puedo negar que la manera que trata a sus animales me hace ver más allá del chiflado exterior de 'haz lo que digo y no hagas preguntas'.
Pero entonces la semana pasada... me pilló mirando fijamente su ummm... ejem, paquete. Sus órdenes exigentes cambiaron a una sonrisa engreída de suficiencia. Me dio permiso para hacer algo que me prometí que nunca haría jamás. Poder tocarlo. Si quiero...
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